miércoles, 10 de agosto de 2011
Las flores de Azul
Hace muchos años, veintiuno, estaba sola, con un hijo de tan solo cuatro y embarazada.
En apariencia, el bebé que venía en camino no parecía estar bien y mi condición física tampoco era la mejor.
Se planteó la posibilidad de interrupción del embarazo por motivos médicos y quedó en mis manos la decisión final.
Caminé en soledad pensando y pensando en ese ser chiquitito que ya vivía dentro mio.
Llegué al consultorio del obstetra y le dije:
- Lo voy a tener.
El médico me miró a los ojos y agregó:
- Bienvenido entonces...
Con su mano, secó una lágrima que caía por mi mejilla.
Un intenso olor a jazmines invadía la habitación.
Y me sentí bien, menos sola, con muchas ganas de enfrentar lo que el futuro tenía reservado para mi.
Mi bebé tendría la oportunidad de asomarse a este mundo.
Meses después, una beba completamente sana, mi hija Azul, reafirmó mi creencia en las elecciones hechas con el corazón.
Hoy, ese recuerdo brota fuerte y se queda en mi, asociado a cosas que están pasando en mi presente...
La semana pasada, esperaba con real ansiedad la consulta con un especialista sobre unos análisis de rutina que no habían dado el resultado esperado. Esa ansiedad no solo era mía, mi marido y mi hija, estaban tan inquietos como yo.
La consulta fue positiva y el pronóstico favorable, lo que no impidió que una hora después me descompusiera.
Gracias a la rápida intervención de mi hija, terminé internada en un Sanatorio cerca de mi casa.
Después de distintos análisis, resonancia magnética, RX y muchas pero muchas horas de incertidumbre, logré el alta con indicación de reposo.
Todo ese tiempo mi hija estuvo a mi lado, con su diligencia habitual para resolver situaciones y con su cariño incondicional hacia mi, demostrado siempre a través de pequeños detalles.
Como las flores.
Las que encontré un poco marchitas arriba de la mesa cuando llegamos a casa.
- Son tuyas... Las únicas blancas que conseguí... Las compré temprano para regalártelas después de la consulta con el especialista pero como salimos corriendo porque te sentías mal, no llegué a dártelas...
Con la emoción a flor de piel, levanté el humilde ramito, lo puse en agua y lo llevé a mi cuarto, donde me quedé dormida pensando en mis hijos.
Horas después, la fragancia de las flores me despertó.
Lucían increíblemente frescas.
Y me sentí bien, medio marchita, pero con muchas ganas de revivir.
Como las flores de Azul... Sencillo símbolo de elecciones y decisiones del pasado, que muestran que los pequeños gestos son los que le dan sentido y razón a la esperanza.