A mi tampoco me gustaba la sopa
Cuando
era chica era fanática de Superman, Batman y la Mujer Maravilla.
Si
me portaba bien, sacaba buenas notas y tomaba toda la sopa ( que odiaba), me
compraban las revistas que quería o podía ver un rato más de tele a la noche,
antes de acostarme.
Esperaba
con ilusión los sábados a la mañana, cuando mi mamá traía esos pequeños tesoros
en forma de historietas que leía con entusiasmo y guardaba después prolijamente
en una caja en mi cuarto.
Un
sábado de mi niñez mamá trajo algo distinto. Ni Batman, ni Superman, ni la
Mujer Maravilla, ni siquiera una Nippur de Lagash que, confieso, me gustaba
bastante. Trajo un librito rectangular tipo historieta llamado Mafalda.
Recuerdo
mi asombro, que seguramente se reflejó en mi cara, y las palabras de mi madre:
“Vas a ver que te va a gustar”.
Con
cara larga, me fui a mi cuarto y empecé a hojearlo.
Nada
puede explicar la fascinación que experimenté y la identificación con cada una
de las palabras que Mafalda expresaba en cada uno de los cuadritos de la
viñeta.
Fui
cada uno de los personajes de la tira en mi imaginación y a partir de ese
sábado, hace ya muchos años, me volví incondicional de esa nena idealista,
cargada de verdades y absolutamente frontal, con amigos muy diferentes y queribles,
a la que no le gustaba la sopa, como a mi, y con una tortuga llamada Burocracia.
Crecí
con ella. Y con sus verdades.
Hoy
cumple 50 años y sigue tan vigente como el primer día.
¡Felices
primeros 50 querida Mafalda!